¿Para qué escribir?

“Escribo porque no aprendí a atarme los cordones de los zapatos.” (Giorgio Manganelli).


“Porque uno siente el deseo o la necesidad. Para divertir o divertirse. Para enseñar algo a alguien. Para mejorar el mundo. Para dar a conocer sus ideas. Para liberarse de la angustia. Para ser famoso. Para ser rico. Por costumbre.” (Primo Levi).







Escribo para expresar mi pensamiento, mis ideas y mi proceder, pensamientos que me ayudan a zafarme de una realidad inherente y escapar a una en la que la soledad me protege, en las que mis ideas no son más irrisibles que mi proceder mismo. Escribir es una forma de liberarse, de dejar evidencia de tu existencia, de escurrirte y mostrar un mundo que solo para tu puedes ver.

Ahora, estoy seguro que mi respuesta es censurada; para muchos una respuesta más acertada sería que escribo para mostrarme intelectual, importante o solo por el mero hecho de hacerme ver; aunque son motivos validos, no son los míos. Escribir por el motivo que sea siempre deja una experiencia mostrada, un suceso o acontecer, una opinión o un debate abierto, de cualquier forma escribir nos ayuda a mostrarnos tal como somos.

Escribir no es solo contar algo que te ha sucedido o imaginas, debes hacerlo con la plena seguridad que es algo que disfrutas y que quien lo leerá también lo hará; escribir no es necesariamente una forma de evocar sentimientos funestos o maravillosos, que es por lo que comúnmente escribimos, una carta de amor por ejemplo, escribir debe convertirse en una forma de vida en la que plásmanos vivencias, imaginaciones, sueños y fantasías de nuestra profunda personalidad.

Escribir me sirve para encontrarme con quien en realidad soy, me permite regocijarme en mi pensamiento y expresar lo que siento, bien, apreciado lector, busca tú la mejor forma de hallarte contigo mismo mientras yo escribo.

Escribir puede catequizarse en la forma más fácil y sencilla de acercarte al mundo, de verte como uno de los seres más inteligentes del universo y experimentar con una hoja en blanco, lápiz, tiempo y soledad.



Por: Juan Rangel