¿Cuán dolorosa puede llegar ser una palabra imprudente en una vida que normaliza el dolor en todos los aspectos?
¿Cuán dolorosa
puede llegar ser una palabra imprudente en una vida que normaliza el dolor en
todos los aspectos?
El dolor es tan
natural que se aprende rápidamente a vivir con él, se nace del dolor de las
madres, de uno tan profundo que puede matar, sin embargo se nos recibe con
amor. Evidentemente el dolor es una sensación desagradable, desestabilizadora y
por sobre todo incondicional, porque a todos llega, pero no proporcional, ya
que a unos les toca más que a otros.
Así es la vida; se encarga de distribuir el
dolor en todas sus formas. El dolor físico puede ser agónico, desesperante,
lascivo y cruel. Por otro lado está el dolor emocional, ese que se apodera de
cada rincón y no te deja vivir, te hunde y te separa de ti mismo, sin embargo,
parece ser necesario, pues advierte y despierta, nos hace consciente de la
realidad, tal como cuando se nace, pero también nos puede hacer tomar
conciencia para diferenciar moralmente lo bueno de lo malo.
En ese sentido,
el dolor ajeno también nos mueve, lo empático aflora, nos ayuda entender la
naturaleza pesarosa del otro, hacemos nuestras sus emociones, sus razones y su
actuar, encontramos justificación a todo, porque se nos hace cercano, porque
somos uno solo; es allí donde la empatía por el próximo causa inconsciencia
del otro duelo, del de más allá, el ajeno, el extraño. Es curioso como el dolor
nos nueve.
Cuán dolorosa
puede llegar a ser la falta de verdadera empatía, esa que no es colindante,
indistinta, racional más que emocional, legitima en toda forma, esa que es
posible aun cuando el punto de vista sea radicalmente opuesto en un mundo
convulsionado por el padecimiento descontrolado, sin límites ni mesura.
Así pues, la
empatía puede llegar más allá de la prudencia, omisa a la fragilidad de la
calma y sin tacto alguno, dolorosa y lastimera, pero no con la intención de
hacer llamados a conciencias dormidas, sino liberar cargos de culpa por falta
de ella al referir indiscretamente a una dolorosa verdad.
Juan Rangel
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