ESTE PROFE





Con evidente ánimo cruzó la puerta de entrada al colegio mientras saludaba a estudiantes y profesores de la jornada contraria. Procuraba caminar erguido para sumar un aire más profesional, ya que su figura esbelta y su cara de pelao fácilmente se podría camuflarse entre los muchachos de once; eso sin mencionar, que portaba una camiseta del uniforme del colegio, sin necesidad de hacerlo; lo hacía dizque por no gastarse las tres camisas de ir al cine. Al entrar a la biblioteca saludaba, aunque sabía que nadie le respondería. La señora Astrid, ya se mostraba cansada y algo agobiada por la monotonía, sin embargo, él hacía una pequeña pausa en su saludo para ver si ella esta vez sí se inmutaba. Tal y como él esperaba, todo lo que provocó con su “buenas tardes mi gente” fue un reacomodo de Astrid en su vieja silla, que más parecía un guelengue, por el pelló descolorido y aplastado que la recubría. Pero eso no iba a ser motivo para arruinar su buen ánimo, buscó rápidamente el ejemplar sugerido para hacer lectura dirigida al grupo de bellos, aplicados y alta mente respetuosos estudiantes; pensó sarcásticamente, quienes lo empezarían a esperar pronto en el aula 15. Luego, y mientras se dirigía con parsimonia venía aquel ritual mental que consistía en llenarse de toda la disposición psicológica que podía para enfrentar aquellos pequeños en estado silvestre, por no decir salvaje. Suspiraba simulando así adoptar un aire de profe cargado de paciencia infinita. Los niños suelen ser muy desgastantes, hacen muchas preguntas capciosas e interrumpen las clases para pedirle al profe que le ayude a sacar punta a su lápiz o a atar los cordones de sus zapatos, para pedir un lápiz prestado o para pedir que le destapen las botellas, sin mencionar las palabras mágicas. Todas esas cosas ameritaban y justificaban de nuevo en su mente la necesidad de aquel ritual.
- ¡Profe! Gritaban cuando lo veían entrar.  Él rogaba al universo que esa avalancha de efusividad lo dejara vivo. Se sentía bien. Eso le gustaba; puesto que pensaba que algo estaría haciendo bien como para que esas criaturas se alegraran a tal punto al verlo llegar.
 Ahora, tocaba enfrentar a las Rosalbas, término que adoptó fácilmente de un grupito de profes en una red social, en la que se referían a las madres de familia como Rosalbas a modo jocoso. Solía reír mental mente con esto.
-Profe, ¿a qué horas salen los niños hoy?
A esta pregunta altamente periódica ya respondía mecánicamente.
-Hola, A las seis. En ocasiones añadía " a su hijo le corresponde el aseo hoy” más una sonrisa que procuraba no fuera del todo fingida.
Y allí estaba de nuevo, parado enfrente sus esas miradas exhortas, y caras sonrientes. Aunque venía de una familia muy católica dedicaba una rápida gratitud al universo por permitirle estar allí con salud y capacidad mental, insistía en su particular ruego que esos pequeños se descubrieran así mismo como uno de los seres más inteligentes del universo conocido, capaces de entender y trasformar su realidad, que descubrieran que la realidad es un mayor que sus imaginarios, pues estos están contenidos en nuestra mente y que nuestra mente no es más realidad contenida en materia, la misma materia con la que está hecho el lápiz que ellos mismos sostienen. Por qué pedirles que repitan rezos, de eso sus tías y abuelas se encargaría en unos de esos cultos exorcistas que abundan como tiendas de barrio, como postes en una cuadra y tan frecuentes como sus permisos para ir al baño.
La clase apenas inicia y él ya piensa en lo fuerte que debe ser como para atreverse a enfrentar a otros mundos, otras cabezas con diversos modos de percibir la vida, con experiencias calamitosas, con estómagos vacíos y manos mal lavadas; aquello no era el inicio de una clase, era un intento más de cambiar el mundo. se detuvo para hacer un escaneo rápido y ver quien faltaba aparte de los que regularmente lo hacen, algunos de ellos con justificación y otros con descarada, tranquila e injustificada inasistencia, que ya por estos días se convertía en algo a lo que debía prestar mucha más atención de la que su esfuerzo le permitía; meter las narices en los problemas familiares de sus estudiantes en aquel pueblo era por lejos una pésima idea. ¿Hasta dónde debe llegar mi labor como docente en estos casos? Bueno, ir, pararme en la puerta de sus casas, llamarlos a gritos, bañarlos y mandarlos a la escuela; no puedo. Pensó mientras suspiraba y pensaba en que su mayor labor se encontraba ahora en su frente.
Enseñar letras y números mientras corriges modales, llamas infijamente la atención, intentas ser un buen ejemplo a observar, lidias conflictos por útiles con dos y hasta tres dueños, eso porque a las Rosalbas no se les dio por marcar esa vaina antes, mientras manejas tu propia frustración cuando esas pequeñas cabezas olvidan algo que solo ayer repetiste hasta el cansancio, mientras el calor de aula se vuelve cómplice del tiempo y deciden hacerte la tarea un poco más exasperante, mientras intentas no borrar la poca motivación que despertaste cuando cantaste el carro bochinchero usando el "amigo borrador", que viene cuando ellos olvidan que la p baja. Esos fueron sus pensamientos durante gran parte de la jornada.
Entre tanto las caras y las acciones de los estudiantes también decían mucho, casi que se lograba percibir sus sentimientos y pensamientos. Mabel cree que su profe vive molesto con ella y que es insoportable. “Que el profe te confisque el dulce que compraste con el dinero que ganaste vendiendo las figuritas de tu cuaderno, a consecuencia de un posible regaño en casa, no es agradable” eso y mucho más era el reflejo de sus gestos. Carlos, teme a que su profe le ponga una cara triste y que su mamá lo castigue; mientras, Sara cree que su profe es genial, él siempre sale cosas graciosas - “¡ah ah ahhhh! ¡Reloj nuevo!" decía en tono chicanero el día que hicieron relojes de papel para sus muñecas, cada vez que uno de sus estudiantes le mostraba su reloj; a Manuel le gusta notar si su profe trae o no pantaloneta por debajo para mostrarle que él también tiene una; a Camila le gusta cuando el profe lee en voz alta, ella trata de ver si los cauchos de los “brakes” de su profe han cambiado de color, su mamá dice que le va a mandar a poner unos también; a Yiniver, su profesor le recuerda a su papá, él no le agrada, solo llama para saber su mamá tiene nuevo novio; a Catalina su profe se le hace aburrido, habla mucho. Ella prefiere distraerse con las tijeras, una moneda o la etiqueta del jugo de la merienda; a Marcos le angustia que  su profe le diga a su papá que se portó mal, pero no tolera que otros niños lo molesten y muy seguido le toca pasar descanso al pie del profe, él sabe que ese día, en cuanto llegue a casa tendrá su castigo, aunque el profe ya sabe y miente por él y no dice que se portó mal, sino que dice que se debe comportar mejor, que él es capaz, de debe usar el dialogo y todo ese cuento con tal que el señor no le casque al pelao.
 Aquel sitio no es un lugar agradable para muchos de ellos. Pero, es inevitable son muy jóvenes para tomar rebelión contra un sistema que ni entienden bien y que los obliga a usar uniforme, a hacer hileras y que si no despiertan les enseñan hasta como deben pensar. La escuela no está pensada para parir otra cosa que no sea estudiantes destacados en las pruebas de estado; aquello parecía mas bien un lugar de reclusión de pensamiento que sitio precursor de ideas. Aunque era evidente, aun había una esperanza. Este profe, y muy seguramente otros también dedicaban su atención mental mientras lava platos o defeca a idear alguna estrategia metodológica o didáctica que hiciera de aquel averno un ambiente mejor.
Pese a todo lo que él creía soportar allí, no se consideraba mal profe, “un verdadero profesor no es el que ostenta de títulos, sino el que es reconocido como tal desde el corazón de una de sus estudiantes” solía recordar esto cada vez que la decepción lo abrumaba cuando creía tener un billete en su bolsillo, pero que en realidad era una cartita con muñecos mal coloreados con una leyenda que decía “te quiero profe”. Incluso para él era difícil entender que lo mantenía allí, en esa labor, mal paga, ya poco valorada y con perdida de reputación; tal vez eran las vacaciones, las relaciones interpersonales que se forman para toda la vida, la autonomía creativa o las dosis de humor que se viven a diario; como satisfacción total cuando un pelao jodón se mete un totazo por andar con el corrinche y gritando, o tal vez el poder aprender cosas nuevas siempre, ahora entiendo que a este profe lo que le gusta de ser profe es poder experimentar la alegría de hacer la diferencia.


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